Semanario
- N.E
- 12 oct 2017
- 2 Min. de lectura

Ya se fue la primera semana de clases, esa en la que nos dicen cuanto habrá por hacer durante todo el semestre, separado por materia. La transición no tan efímera del reposo a la acción.
La segunda semana suele recordarnos que dormir es un placer del que se puede prescindir en grandes cantidades, pero no parecerá innecesario, hasta que hayamos avanzado hasta la cuarta.
La tercera representa el sacrificio de la vida social. Sólo sobrevive aquella que sea efecto colateral de los trabajos grupales, o resultado de respiros entre clases. Es así que honramos a los dioses del estudio en los que no creemos, o sí.
En la séptima, mediados de semestre, llega en un estruendo. Son semanas de evaluaciones pesadas y de caer en cuenta de que lo que nos advirtieron hace meses, resulta, que en efecto, es un hecho y más de lo que se quisiera, coincide.
De la décima a la décimo tercera es un paseo al borde del colapso nervioso donde se ha renunciado a la condición humana individual en pro de la academia. Es la época en la cual el amor propio se basa en la resistencia y eficacia de rendir con poco mantenimiento. Ya a estas alturas, todo puede acabar en cualquier momento.
Entre la décimo cuarta y la décimo sexta se alcanza el estado final de deshumanización y caricaturización del ser. Estando reducido a despertares más eternos que el de los mitos y Morfeo es desterrado a Tártaros por considerarse obrero desafiante de la improductividad.
Luego de ello, la realidad se parte en dos. La teoría de los universos paralelos es confirmada por aquellos que recuperan o reparan, haciendo interminable el semestre;mientras otros ya se fueron de viaje para no verlos hasta las próximas inscripciones, duermen hasta tarde, se entregan a los placeres lúdicos en otras tierras o la misma universidad que recuerdan vive más allá de las aulas.
Todo esto asumiendo que los paros son una falacia, que el destino es misericordioso con los períodos de estudio, que las posibilidades de colapso sean sólo por cabalgar trabajando bajo presión. No contamos con los desatinos de la maldad intrínseca de los objetos inanimados, ni estamos preparados para perder el tren de la demanda.
Tranquilos, a pesar que nada es real en la academia hasta que lo escribes, y aprendes más reflexionando al final que sobre la marcha, a veces, está la certeza de que no corremos tras un título únicamente, ni sólo huimos de monstruos personales. Algunos dicen que es una carrera contra el tiempo, pero les contaré un secreto, el tiempo no existe, se inventa.
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